La
situación de los palestinos es muy compleja por la dispersión que han sufrido.
Con el tiempo se fueron desarrollando colectivos de palestinos que tienen
intereses divergentes, propios de sus experiencias y realidades. Están los
que viven dentro del Estado de Israel, que nunca abandonaron sus hogares,
hablan hebreo, interactúan a diario con los israelíes y cuyo principal objetivo
es que se democratice el Estado en el que viven. Su realidad, deseos y
aspiraciones no tienen puntos de contacto con aquellos refugiados en el Líbano
que lo han perdido todo. De la misma manera, aquellos que viven bajo
ocupación en Cisjordania y Gaza tienen pretensiones diferentes a las de
aquellos que están dispersos por el mundo.
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Desde
la creación del Estado de Israel en 1948 los israelíes
dicen que quieren la paz con sus vecinos árabes. Rodeados de un mundo hostil
que no los aceptó, y a duras penas los tolera, siempre han dicho que querían
y quieren la paz. Los israelíes arrastran el trauma de su condición de
víctima eterna y el holocausto revivido a diario, que les impide reconocer
que otro pueblo pueda sufrir por su causa. Están convencidos de que siempre
ofrecen la paz y del otro lado sólo se escuchan los tambores del exterminio.
Sus vidas están atravesadas por el mito del pueblo elegido portador de una
ética y una moral superiores frente a un mundo que los odia y un pueblo que
los interpela a diario recordándoles que se han convertido en un pueblo
ocupante.
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LOS DERECHOS HUMANOS,
VITALES PARA LA PAZ
La paz entre Palestinos e Israelíes depende de la resolución de
ciertas cuestiones de derechos humanos que desde hace años han agriado las
relaciones entre ambas comunidades. «Para
resultar efectivos, los derechos humanos han de respetarse incondicionalmente y
aplicarse independientemente de consideraciones políticas.»
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